Para todos aquellos que no son senderistas habituales, pero que sí les entra el gusanillo por hacer cosas nuevas y desafiar a su -nada excepcional en mi caso- condición física.
CÓMO ACABÉ AHÍ, CON EL VÉRTIGO QUE TENGO
Todo surgió de vacaciones en Gran Canaria, dejando atrás Madrid. Empezó planeando un día en el mar para hacer snorkel, que finalmente derivó en un plan de secano: realizar el Camino de San Pedro -en Agaete- para ver desde arriba el atardecer.
Partimos de San Pedro, desde donde se divisa apabullante la enorme pared que íbamos a ascender. Reconozco que lo primero que pensé fue «¿yo voy a subir todo eso?», para a continuación animarme sabiendo que merecería la pena, costara lo que costara.
A fin de cuentas iba con Jon y Gersán, dos expertos en la materia, y con Marta que ya había hecho sus pinitos en este mundo. El único novato era yo, e iba bien equipado siguiendo las sugerencias de los demás. Bueno, como contaré luego alguna no salió como esperaba 😉
CONTACTO ANIMAL
Una vez abandonado el asfalto, pisamos camino empedrado y nos encontramos con los primeros habitantes de la zona: ¡las gallinas! Si ellas han llegado hasta aquí, yo también podré. Aún no sabía que el próximo contacto animal sería más aterrador…
CUALQUIER LUGAR ES BUENO PARA COMER
Hasta el primer descanso me encontraba bien de fuerzas, incluso para hacer un pequeño sprint de broma superando a mis compañeros, inmortalizado en vídeo. El ritmo que seguimos nos permitía disfrutar del paisaje sin arrastrarnos del cansancio. Surgieron grandes debates filosóficos, tipo «¿eso es presa o embalse?»
A mitad de la subida empecé a notar un poco el esfuerzo: no me impediría llegar bien a la cima, pero sí me creaba dudas sobre mis reservas para el descenso. Como bien aprendí tantas tardes viendo el Tour de Francia, es importante alimentarse bien para evitar una «pájara«, y yo que soy de buen comer no escatimé en reservas de comida. Los Filipinos ya iban por la mitad antes de empezar la ruta, por lo que antes de hacer cima ya habían pasado a mejor vida. ¡Ya falta menos!
cuando tus compañeros te anuncian que «este tramo es peligroso»
TRAMO INQUIETANTE
Uno que es novel se asombra con la facilidad con la que los más expertos suben estos caminos; tramos estrechos y llenos de piedritas colocadas expresamente para que tu ingenuo pie se crea a salvo y de pronto resbale cual patinador olímpico. Por este motivo, cuando tus compañeros te anuncian que «este tramo es peligroso» y ves colocada una especie de barandilla hecha con cuerdas ahí en medio de la montaña… se te ponen los pelos de gallina, como diría el gran Johan Cruyff. Con mucho cuidado superamos esta etapa, y los siguientes kilómetros se hacen más amenos al divisar más cerca nuestra meta 🙂
A DISFRUTAR EN TODOS LOS SENTIDOS
Cuando llegas a la cima, te invaden un cúmulo de sensaciones. Las maravillosas vistas mires hacia donde mires, la tranquilidad que transmiten las nubes desplazándose hacia la montaña (alguna no pudo esquivarla), y te ves como el cantante de Depeche Mode, vestido de rey con su butaca en medio de la montaña en el videoclip de «Enjoy the silence«. Y disfrutamos del silencio, cuando nos dejaba Gersán que es un gran conversador 😉 Sin duda alguna, ha merecido la pena 🙂
Terminamos las existencias de alimentos (todos sanos) y aprovechamos para sacar fotos de tan maravilloso lugar. Reconozco que me falta habilidad para que mis fotos muestren la belleza que veían mis ojos, por suerte Jon está más puesto en este tema con sus múltiples cámaras. Sospecho que en la gorra tenía integrada otra cámara aparte de las otras 3 que le vi.
NI TELEFÉRICO NI HELICÓPTERO
Pues no, había que bajar a pata. Con las últimas luces iniciamos el descenso. El momento ideal para sacar la linterna de las acampadas, a la que convenientemente le había puesto pilas nuevas. En mis recuerdos de infancia mi linterna iluminaba más que el Faro de Maspalomas, pero una vez actualizado el recuerdo, he de decir que la comparación buena era con una cerilla a punto de apagarse. Como la linterna de Marta era por el estilo, bajamos en filas de dos. En un acto de heroicidad sin igual, me puse a seguir el ritmo (y la luz) de Jon.
PÁJAROS DEL TERROR
De día no las vimos, estaban esperando a que cayera la noche.
Oíamos cómo nos rodeaban por ambos flancos, listas para el ataqueHordas de pardelas tramaban de forma escandalosa (escuchar en su lengua) cómo acabar con nosotros. Oíamos cómo nos rodeaban por ambos flancos, listas para el ataque. No sabemos qué las echó atrás: nuestro olor tras tantos kilómetros caminando, o quizás un busardo trasnochado las espantó para nuestra fortuna.
ACABADO EL DESCENSO… FALTA ALGO
Completado el descenso -con algún que otro susto en forma de resbalón controlado-, sentimos un doble vacío en nuestro interior. Por un lado, la pena de dejar la montaña con la tranquilidad y paz que transmite. Por otro, había que reponer fuerzas por lo que completamos una tarde-noche genial comiendo en el Siroco (Arucas).
Ya han pasado unos días, y sigo con esta sensación: ¡tenemos que repetirlo! 🙂
Texto: Juanmi Díaz
JOTALANDER #004
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